
Lanzarote es tierra de contrastes – un territorio donde el océano y el fuego están siempre presentes, el viento modela su silueta y la piedra volcánica domina la paleta: negra, rojiza, porosa, viva. Cada rincón de este paisaje es testimonio de la historia y la cultura de un lugar que nació de la lava y extiende su huella mucho más allá de los límites que dibuja el atlántico.



La flora endémica florece en medio de la ceniza. Entre la lava y la piedra, brotan líquenes, tabaibas y veroles. Plantas que desafían la aridez y transforman el paisaje volcánico en un ecosistema resiliente.

Lanzarote es punto de descanso para garzas, charranes, zarapitos y otras especies migratorias. Se trata de un lugar estratégico en las rutas de migración entre Europa y África, donde el cielo también está en tránsito.

Bajo el agua, la isla continúa: arrecifes, cuevas de lava y praderas de seba se convierten en refugio de meros, angelotes y bancos de peces de colores imposibles.