28°02'40.2"N 15°34'13.0"W
18:37 PM
La Isla

Lanzarote es tierra de contrastes – un territorio donde el océano y el fuego están siempre presentes, el viento modela su silueta y la piedra volcánica domina la paleta: negra, rojiza, porosa, viva. Cada rincón de este paisaje es testimonio de la historia y la cultura de un lugar que nació de la lava y extiende su huella mucho más allá de los límites que dibuja el atlántico.

Ecosistema
Reserva de la Biosfera

La flora endémica florece en medio de la ceniza. Entre la lava y la piedra, brotan líquenes, tabaibas y veroles. Plantas que desafían la aridez y transforman el paisaje volcánico en un ecosistema resiliente.

Aves que hacen escala

Lanzarote es punto de descanso para garzas, charranes, zarapitos y otras especies migratorias. Se trata de un lugar estratégico en las rutas de migración entre Europa y África, donde el cielo también está en tránsito.

Fondos marinos volcánicos

Bajo el agua, la isla continúa: arrecifes, cuevas de lava y praderas de seba se convierten en refugio de meros, angelotes y bancos de peces de colores imposibles.

Reserva de la Biosfera

La flora endémica florece en medio de la ceniza. Entre la lava y la piedra, brotan líquenes, tabaibas y veroles. Plantas que desafían la aridez y transforman el paisaje volcánico en un ecosistema resiliente.

Aves que hacen escala

Lanzarote es punto de descanso para garzas, charranes, zarapitos y otras especies migratorias. Se trata de un lugar estratégico en las rutas de migración entre Europa y África, donde el cielo también está en tránsito.

Fondos marinos volcánicos

Bajo el agua, la isla continúa: arrecifes, cuevas de lava y praderas de seba se convierten en refugio de meros, angelotes y bancos de peces de colores imposibles.

Una isla con memoria

La historia de Lanzarote está marcada por la resistencia y la creatividad. Desde los primeros asentamientos aborígenes hasta las influencias africanas y europeas, la isla siempre ha sido un lugar de tránsito, mezcla y adaptación. Esta historia ha dejado huella en su arquitectura tradicional, en los cultivos en hoyos protegidos por muros de piedra, en su gastronomía y en su arte. La figura de César Manrique marcó un punto de inflexión, ya que demostró que era posible crecer sin destruir, habitar sin invadir e intervenir sin romper la armonía natural.

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